martes, 27 de diciembre de 2011

Cine: Werner Herzog filmó una cueva de 30.000 años en 3D

El cineasta alemán Werner Herzog filmó “La cueva de los sueños olvidados”, que se estrena este jueves en Argentina, en 3D, dentro de un monumento histórico del paleolítico de más de 30.000 años en Francia..

Hace cuatro décadas, Herzog filmaba los sueños de los protagonistas de sus filmes en Súper 8, o simplemente iluminados con luz de velas y ahora lo hace en 3D, en una cueva a la que solo pueden acceder un puñado de científicos. En los últimos 40 años Herzog pasó del retrato de hombres enfrentados a su propia naturaleza al registro de la naturaleza en su verdadera dimensión. En cualquiera de los dos casos lo viene haciendo con insuperable talento, el de un aventurero que, sea en Iquitos, en Nueva Orleans, en el espacio o en el fondo del mar, siempre puede sorprender. Mientras que en su clásico de 1973 “El enigma de Kaspar Hauser” recuperaba la historia de un “niño salvaje”, en “La cueva de los sueños olvidados” trata de acercar al público a sus orígenes.

En casi cinco décadas algo cambió en la fisonomía del director surgido como impulsor del Manifiesto de Oberhausen (“El viejo cine está muerto; creemos en uno nuevo”, proclamaba), entonces juvenil ahora la de un explorador veterano con algo de Indiana Jones. Herzog escribió el libro “Del caminar sobre hielo”, en el que cuenta como en un diario y en primera persona una travesía loca entre Munich y París en 1974, y dirigió el documental “Mi mejor enemigo”, acerca de su relación con Klaus Kinski, que fue su actor fetiche. Mujeres con los dientes separados, especialistas en ajo, astronautas o un hombre devorado por un oso pueden ser los elegidos de sus documentales, y hasta él mismo aparece en uno de su amigo Les Blank, filmado en 1980, comiéndose su propio zapato. Ciegos, sordos, fabricantes de cristal, enanos, vampiros, dementes, dictadores, alucinados, montañistas y hasta un policía adicto y corrupto que sueña con iguanas pasaron delante de sus cámaras. Después de probar suerte con “Un maldito policía en Nueva Orleans”, el también autor de obras tan singulares como “Aguirre, la ira de Dios”, “Nosferatu”, “Woyzeck” o “Fitzcarraldo”, entre otras, superó la impronta de Hollywood, y decidió volver por sus fueros.

Ahora le llegó el turno a las cuevas Chauvet, en el sur de Francia, descubiertas en la década del 40, pero recién accesibles en 1994, aquellas en la que Picasso supo decir al guía “Lo inventaron todo”, refiriéndose a los dibujos rupestres de sus paredes. Los artistas de hace más de 30.000 años se metieron en aquellas cuevas para dar registro de su tiempo e interpretar, cuadro a cuadro y como milenios después el cine, que todo movimiento es una sucesión de imágenes apenas desplazadas que el ojo humano funde. No es casual que Herzog sea el autor de “Fata Morgana”, una película que recorre mundos poco conocidos que el ojo observa como espejismos de la realidad, en verdad una subjetividad, una construcción de nuestra imaginación, que él lleva a la pantalla. En “La cueva de los sueños perdidos”, Herzog lleva al espectador a un recorrido que jamás podrá hacer, porque aquel lugar que visita no puede ser pisado más que por quienes lo preservan, ahora más que nunca, del paso del tiempo y en especial del hombre.

La cueva de Chauvet-Pont-d`Arc, con más de 30.000 años de historia en su interior: es un tesoro del período Paleolítico, cerrado durante 20.000 años debido a una avalancha de rocas que preservó su pasado. Herzog tuvo suerte de que el actual ministro de cultura francés, Fréderic Mitterrand es su admirador, y esa ventaja le permitió una autorización excepcional para filmar en ese lugar sagrado. El cineasta aseguró que él solo cobraría un euro por dirigir el documental y que la película quede como propiedad de Francia, y así fue que el gobierno francés le concedió la autorización de cinco días para completar el rodaje necesario en el interior de la cueva. Definida por Herzog como una auténtica cápsula del tiempo, la cueva fue abierta al cineasta nada más que cinco horas diarias, durante cinco días, bajo estricta supervisión de las autoridades. Con un equipo mínimo, luces que no generan calor y las dos cámaras acopladas para rodar en 3D, Herzog se lanzó a una aventura que comparte en profundidad con el público.

Cuando Herzog comenzó su carrera casi como un antropólogo comienza una investigación a propósito del hombre, se resistía a que le tomen fotos porque, como los miembros de algunas tribus, pensaba que la cámara podía robarle el alma. Ha pasado el tiempo y ya no piensa igual. “No soy un pensador formal, no estoy trabajando en el pensamiento abstracto. Pienso a través de escenas, a través de imágenes, de diálogos”, asegura en relación a las observaciones de sus últimos documentales. Sin embargo, no piensa lo mismo de lo que retrata, y confiesa hacerlo, no para su recuerdo sino para mostrárselo a los demás: “Esos momentos de gran intensidad y de nuevas percepciones nunca los voy a grabar, ni me gustaría registrarlos con la cámara”.

“Cuando grabás algo se vuelve desechable, lo podés dejar en el sala de proyección, lo podés copiar en un DVD y dejarlo tirado en una caja. Por eso hay ciertos momentos en que uno está solo con lo que experimenta”, dice el cineasta experimentado. “Y prefiero mantener esos momentos bien identificados y libres, por más que trabaje como realizador de cine”, afirma, y por eso mismo, dicen, no hay más imágenes de su visita a la cueva que las que fueron públicas y que las suyas las lleva sólo en su memoria.

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