El carnaval ocupó la calle en pleno centro porteño.
Volvieron a escucharse los bombos y redoblantes de las murgas. El
Gobierno de la Ciudad realizó una fiesta para el feriado del carnaval
del lunes 4 de marzo en la Avenida de Mayo.
Mora Scillamá, directora general de Promoción Cultural porteña, explicó que “la idea fue retomar la tradición de los festejos en la avenida como era antes: un carnaval para toda la familia”. El último corso en el centro porteño se había realizado en 2006. En ese momento hubo quejas de los comerciantes de la zona. “Ahora dialogamos con ellos para que entiendan que es importante recuperar esta fiesta -explica Scilliamá- Vamos a tener mucha seguridad y sólo se va a poder tomar alcohol dentro de los locales, no en la calle”.
Sarmiento también jugaba al carnaval
El primer corso porteño se realizó en 1869 en la misma Avenida de Mayo. En ese entonces, según relatan las crónicas “el presidente Sarmiento pasó en un coche descubierto, de poncho y chambergo, y fue empapado por los pomos de los presentes”. Ya en los años veinte, los coches que iban a los bailes de carnaval improvisaron caravanas por la Avenida de Mayo, tirando serpentinas al público que los miraba desde las veredas. Luego siguió durante décadas organizado por la Asociación de Amigos de la Avenida de Mayo hasta que la última dictadura lo prohibió.
El carnaval vuelve a tomar fuerza a partir de 1997, cuando las murgas son declaradas Patrimonio Cultural de la Ciudad. Desde ese momento, por una ordenanza se obliga al gobierno porteño a subsidiar a las agrupaciones para que puedan participar de los corsos.
“Hoy el carnaval tiene un alto nivel de organización en cuanto a logística y presupuesto, lo que demuestra la importancia que le otorga el Gobierno porteño al tema”, dice Scilliamá. Desde las murgas, reconocen la mejora de los corsos. “Ahora todos los escenarios son del mismo tamaño y el sonido se igualó y se mejoró en todos los corsos”, admite Diego Manzano, de Suerte loca.
El backstage del carnaval
Además de la vuelta del corso de Avenida de Mayo, el carnaval se celebró en los barrios porteños durante febrero. Todos los fines de semana y durante los feriados de Carnaval (4 y 5 de marzo) se organizaron los corsos. Unos 10.000 murgueros de levita con lentejuelas, galera y zapatillas blancas de lona cruzaron la ciudad en micros escolares para llegar puntuales a cada fiesta. Le cantaron al Rey Momo y a febrero, su mes. También algunos se quejan por el aumento del bondi, el acuerdo con el FMI y otros hasta por la imposición de la depilación en hombres y mujeres. Sonaron fuerte los bombos y algunos vecinos reunidos aplaudieron, mientras los chicos jugaban con espuma.
Pero detrás de los corsos porteños, que este año fueron 19 en las calles y 6 en clubes de barrio o plazas, hay una organización que lleva todo el año trabajando en conjunto entre las murgas y el Gobierno de la Ciudad. Scillamá explica que “es un hecho cultural histórico y complejo de la Ciudad que nosotros apoyamos. En el carnaval se cruzan identidades barriales, políticas y culturales”.
Este año, el gobierno porteño destinó 30 millones de pesos a la organización. “Ponemos el sonido, los escenarios, las vallas, la seguridad y los baños químicos -informa Scillamá-. Además, de los veedores, que designamos en acuerdo con las murgas, que evalúan las presentaciones”.
Las agrupaciones del carnaval se reparten 12 millones de pesos en subsidio entre las 112 que participan de los corsos. Las murgas están divididas en tres categorías: A, B y C. Reciben el dinero de acuerdo a la cantidad de participantes y a su clasificación. Cada año pueden ascender o descender, de acuerdo a la evaluación de su desempeño.
Al ser evaluadas, todas las murgas tienen que tener una glosa de presentación, una crítica y una retirada. También se califica el desempeño del baile y los bombos. Hay dos categorías: el centro murga, que es la que respeta a rajatabla la estructura original de bombo con platillos, un presentador, un solista, coros, y alguien que ayuda con los remates. Y las agrupaciones murgueras, que renovaron la escena en los 90 al sumar instrumentos.
Santiago García es murguero desde que nació, según su propio relato. Es integrante de la agrupación de Palermo Atrevidos por costumbre. “Somos 150 personas y este año recibimos 170 mil pesos por estar en la categoría B -cuenta García-. La plata la gastamos en los micros, mantenimiento de los bombos, el agua y comida para las noches que actuamos. También le damos las telas a los que se suman. Después cada integrante se corta la levita y se pega las lentejuelas con los dibujos”.
La levita es muy importante para cada murguero. Ahí lleva su identidad individual: escudos de clubes de fútbol, nombres de los hijos, frases de los Redonditos de Ricota, el Che Guevara, el pañuelo de las Madres o la bandera argentina.
Diego Manzano es integrante de Suerte loca, una murga que funciona en el centro cultural que se creó en el ex centro ilegal de detención Garage Olimpo en Floresta. “Nosotros somos 40 personas y recibimos 42 mil pesos por estar en la categoría B cuenta Manzano-. La plata es para transporte y una vianda que le damos a cada integrante los días que actuamos”.
Vecinos versus corsos
En algunos corsos todos los años hay vecinos que se quejan por los cortes de calles o el alto sonido de la música o los bombos de las murgas. “Recibimos las críticas y les explicamos que el Estado porteño tiene que sostener por ley el carnaval porteño -explica Scillamá-. Además, es un hecho cultural histórico de Buenos Aires que queremos mantener e impulsar”.
Este año se realizaron 19 corsos callejeros contra 27 del año pasado. Otros seis se hicieron en plazas o clubes de barrio. Manzano es delegado de las murgas y participa en las reuniones con el Gobierno de la Ciudad. “El diálogo está abierto todo el año. Nosotros queremos mantener los corsos en las calles, pero todo se negocia durante el año y, por ahora, siempre hubo acuerdos”.
En el mismo sentido, la funcionaria de Cultura porteña explica que “en los corsos que están muy arraigados en los barrios, Boedo o La Boca, no hay quejas de vecinos porque la mayoría del barrio concurre al festejo”.
Las 112 murgas porteñas ensayan durante todo el año para llegar con el espectáculo aceitado para febrero. “Es un trabajo artístico, pero también de contención social sostiene Santiago García, de Atrevidos por costumbre-. Nos juntamos todas las semanas, ensayamos, pero también charlamos y escuchamos los problemas que tienen las pibas y pibes del barrio. Ayuda a que le damos la opción de tener una salida artística para sus vidas”.
Scilliamá reconoce el trabajo de las murgas en los barrios para que los jóvenes tengan espacios artísticos para desarrollarse. “Es muy importante el trabajo que hacen durante todo el año -sostiene la funcionaria de Cultura- para que los chicos tengan un lugar para canalizar sus inquietudes artísticas y no estén en las calles”.
Fuentes: Clarín y la Nación.
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