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viernes, 1 de mayo de 2020
Sociedad: Murió Silvia 'Goldie' Legrand, hermana melliza de Mirtha
Tenía 93 años. Tuvo una destacada carrera en
el cine y desde hace un tiempo no se la veía en público. Marcela Tinayre
fue quien le dio la noticia a 'La Chiqui'.
La ex actriz Silvia Legrand, hermana melliza de Mirtha Legrand,
murió este viernes a los 93 años, mientras dormía la siesta en su
domicilio de la localidad bonaerense de Martínez. Su nombre real era María Aurelia Paula Martínez Suárez y
había dejado su exitosa carrera cinematográfica para dedicarse a su
familia.
Marcela Tinayre fue quien concurrió a la casa de su madre, Mirtha Legrand, para darle la noticia personalmente.
Silvia «Goldie» Legrand, actriz y hermana gemela de
Mirtha Legrand, falleció a los 93 años, tras casi medio siglo alejada de
la actividad artística pero parte de un linaje familiar que es sinónimo
del espectáculo en la Argentina.
Silvia nació junto a Mirtha el 23 de febrero de 1927
en Villa Cañás, provincia de Santa Fe, bajo el nombre real de María
Aurelia Paula Martínez, hermanas dos años menores de José Antonio
Martínez Suárez, reconocido cineasta fallecido en agosto de 2019,
también a los 93 años.
Pero al contrario que sus dos activos hermanos, «Goldie»
dejó la actuación y nunca regresó en 1972 tras asumir el rol de
Mariquita Sánchez de Thompson en la película “Juan Manuel de Rosas”
dirigida por Manuel Antín.
En agosto pasado, también a los 93 años, había fallecido el hermano mayor de ambas, José Martínez Suárez,
director de películas destacadas de la industria nacional como Los
muchachos de antes no usaban arsénico (1976). Además, fue guionista de La Mary, película de 1974 que protagonizaron Susana Giménez y Carlos Monzón, bajo la dirección de su cuñado, Daniel Tinayre, marido Mirtha.
MIrtha Legrand, junto a Goldie y su hermano José Martínez Suárez.
Goldie y Mirtha nacieron el 23 de febrero de 1927, hijas del matrimonio integrado por José Martínez y Rosa Suárez, docente en Villa Cañas. Ellos no eran papás primerizos, 16 meses antes había nacido José,
el varón primogénito, pero la llegada de gemelas fue todo un
acontecimiento. Eran tiempos donde no existían ecografías que
anticiparan sexo de niños y mucho menos partos múltiples. La madre
siempre les contaba a sus hijas que supo que tendría gemelas el mismo
día del parto cuando la partera le dijo: ‘Otro esfuerzo, doña Rosa, que viene otro’ y que el padre al enterarse casi se desmayó.
Las bebas eran hermosas y casi idénticas excepto porque una pesaba notoriamente más que la otra.
La más robusta recibió el nombre de María Aurelia Paula y a la más
pequeña la llamaron Rosa María Juana. Sin embargo, todos las
identificarían por sus apodos. Por su tamaño, la beba que nació con
mayor peso se convirtió en Gordi, ella al crecer lo transformaría en Goldie. La más pequeña recibió el sobrenombre de Chiquita o Chiqui.
Aunque sus tamaños eran distintos sus facciones eran idénticas. Don
José solía sentarlas sobre sus rodillas y preguntarles: “¿Quién es, mi
chiquita o mi gordita?” Porque no lograba distinguirlas. La madre además
las vestía iguales, lo que sumaba confusión. Chiquita solía
plantarse para exigir que el moño o algún detalle de la vestimenta fuera
diferente y así distinguirse de su hermana. En cambio, Goldie aceptaba el vestuario sin problemas.
Mirtha, José y Goldie.
Cuando las gemelas cumplieron siete años, con su mamá se mudaron a
Rosario para recibir cursos de teatro y baile. Pero la vida les tenía
reservado un mal trago: en 1937 falleció el padre y la mamá con sus tres hijos decidió instalarse en Buenos Aires.
El cambio de ciudad no implicó alterar la rutina de estudios artísticos
y las hermanas comenzaron a estudiar en el Conservatorio de Arte
Escénico. Las chicas empezaban a distinguirse por su belleza pero
también por su talento, así que la mamá decidió contratar al
representante, Ricardo Cerebello. En el primer
encuentro les dijo que Martínez era un apellido común y había que
modificarlo. “Mire, señor, el primer dramaturgo rioplatense se llama
Florencio Sánchez”, respondió doña Rosa pero el representante insistió.
Como Cerebello tenía una secretaria que se llamaba Silvia y otra Mirtha,
revolearon una moneda y dejaron que el azar decidiera. Rosa María Juana
o Chiquita se transformó en Mirtha y María Aurelia Paula, Goldie, en
Silvia. Ese día las hermanas Martínez se convirtieron en Mirtha y Silvia
Legrand.
El primer peldaño del camino que las llevaría a la fama y el éxito fue una pequeña escena en la película Hay que educar a Niní, junto a Niní Marshall. Luego un papel en Novios para las muchachas. Su belleza y encanto trasciende la pantalla y al año siguiente protagonizan Soñar no cuesta nada. El éxito las acompaña.
Las hermanas son las heroínas ideales para representar las historias
que reinaban en el año 40, la de chicas buenas y cándidas que sufren
pero siempre logran un final feliz. Las hermanas también animaron un
programa por radio Splendid: El club de la alegría. El público las amaba, los directores las requerían, pero esas gemelas idénticas no soñaban ni querían lo mismo.
Una escena de «Hay que educar a Niní», con Goldie y Mirtha Legand y Niní Marshall.
En el año 1944, Silvia conoció a Eduardo Lopina, un subteniente del Ejército Argentino y decidió abandonar su carrera artística. A partir de su matrimonio cambió fama por anonimato, trocó el bullicio de los sets por la paz de su casa y abandonó a Silvia Legrand para volver a ser Goldie. Tuvo dos hijas, diez nietos y diez bisnietos.
En 1962 por pedido de su hermana filmó Bajo un mismo rostro y en 1972 actuó en la película Juan Manuel de Rosas. Desde ese momento, nunca más volvió a pisar escenarios ni estudios de grabación.
Dicen que Silvia era la más talentosa pero que Mirtha era la más decidida,
quizás por eso aunque eran iguales fueron tan distintas. Mirtha se
convirtió en la diva de los almuerzos; Silvia eligió un camino diferente
pero no menos feliz. Se aquerenció en Olivos, donde disfrutó de la vida
haciendo sus actividades favoritas: leer, escribir, ir al cine, salir
con amigas y sobre todo acompañar a sus hijas y nietos.
Mirtha que logró que todos los presidentes argentinos y la mayoría de
las estrellas de la farándula nacional participaran de sus famosos
almuerzos, solo logró dos veces que su hermana aceptara ser su invitada.
“No iría a la mesa de Mirtha. Me lo propusieron,
pero no, yo ya estoy retirada. Sería lindo un programa con los tres
hermanos, pero yo no voy a ir. Una cosa es una fotografía cuando vas al
cumpleaños de Mirtha y otra cosa es estar sentada en una mesa tres
horas”, aclaró una de las escasas veces que dio una nota al aire. Esa
vez el conductor Carlos Monti le preguntó: “¿Vos le
tenés miedo a Mirtha, le tenés miedo a tu propia hermana?”. Pero ella
respondió: “No me hagas reír, Carlitos. No, no le tengo miedo a Mirtha.
Ella conoce tanto de mi vida como yo de la suya”.
Las gemelas Mirtha y Silvia Legrand, durante su juventud.
Es que las hermanas mantenían un gran vínculo y aunque no se
visitaban con frecuencia hablaban todos los días. “Es parte de mi vida,
ella es mi hermana, mi madre, mi todo”, afirmaba Mirtha. Silvia también
le dedicaba palabras de amor: “Es una mujer que siempre tiene ganas de
salir, de cambiarse tres veces, va al teatro, después va a comer afuera.
A veces me invita y yo le digo basta, y ella me dice ‘pero mirá, Goldie, que la obra es buena, no dejemos de ir’. Es incansable. Todo le interesa y todo le da curiosidad. Tal vez ese es el secreto de la larga vida. Tiene una mente brillante”. Goldie solía
hacerle sugerencias para su programa, “siempre con cariño y respeto”.
Una de las frases más conocidas de Mirtha, “lo que no es puede llegar a
ser; como te ven te tratan, y, si te ven mal te maltratan”, fue creación
de su hermana, lo mismo que la calificación de “Mesaza” con que la diva
se refería a sus almuerzos.
Cuando Mirtha cumplió 50 años en la televisión, Goldie dejó por un rato su anonimato y le escribió una emotiva carta que terminaba con el poema favorito de ambas.
Un texto que hoy se convierte en una maravillosa despedida para Goldie,
una mujer que fue mucho más que “la hermana de Mirtha Legrand”:
“Mi vida fue de día y en enero, al aire libre, bajo un sol redondo,
encendido en la sombra de un macondo, feliz santafesino y chacarero.
El murmullo era el sonido de aquel piano y un pequeño carnaval como
trasfondo y andábamos corriendo por el fondo con una mandarina en cada
mano.
¿Qué más puedo pedirle a la alegría, si la vida era una vuelta a la manzana y nadie… estaba muerto todavía?”.
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