Adiós a un histórico columnista de 'Noticias' que se educó a sí mismo. Una vida de dolor, locura y amor.
Adiós a un histórico columnista de DiariodeCultura, Humor, Revista Noticias, investigador y escritor, que se educó a sí mismo. Una vida de dolor, locura y amor.
“Soy un niño de 76 años y por momentos no entiendo al mundo”, me escribió en el último intercambio de mails que mantuvimos antes de que se impusiera lo que quisimos imaginar una pausa en su trabajo por problemas de salud. En realidad, desde que lo conocí varias décadas antes, Luis Frontera tenía esa sensibilidad de chico retobado que recién descubre las injusticias. Digamos que lo obsesionaba el sufrimiento ajeno (y también el propio) e intentaba exorcizar ese dolor poniéndolo en palabras.
Periodista (radios Rivadavia y Nacional, diario El Mundo, Humor, Noticias, DiariodeCultura) y escritor autodidacta, a los 16 escribió el primero de varios libros, producto de una educación sin aulas: se hizo en la calle, colándose en peñas, leyendo de lunes a viernes con disciplina autoimpuesta de dos de la tarde a diez de la noche en la Biblioteca Nacional. Antes de irse a dormir a las escalinatas del Teatro Colón. “Yo siempre estuve enamorado de la palabra, pero lo que quería escribir no lo podía decir en la escuela”, me contó cuando recién arrancado el 2020 presentó su último libro “Sagrada familia”, una novela autobiográfica en la que narra la historia del capitán Frontera (su padre), que en 1936 dejó a la mujer con siete hijos para combatir en la Guerra Civil Española. Y que concibió al menor (Luis) en una cárcel cuando, repatriado con psicosis de guerra, purgaba su aventura comunista en tiempos de Perón.
Los borradores de esa historia le llevaron buena parte de su vida. Hablan de pobreza, de un entorno disfuncional que la madre del clan llamaba “la corte de los milagros” (entre los hijos del capitán hubo vidente, cantante lírica, bailarina, boxeador) y de una búsqueda del padre ausente, idolatrado y odiado a la vez.
Cuando entró a la colimba y un militar lo interrogó para llenar un formulario con sus aptitudes, no encajaba en ninguna. Hasta que le estamparon en la libreta de enrolamiento una leyenda: “lee y escribe”. Le gustaba decir que ese instante le reorientó la vida. En la literalidad tosca del sargento había encontrado su vocación.
Pero unos años después se tragó las palabras y terminó internado en un psiquiátrico. No podía hablar. Contaba que Ernesto Sábato lo rescató del Borda después de leer alguno de sus libros.
Tuvo altibajos pero nunca dejó de escribir, de investigar temas tabú lindantes con la enfermedad mental. Y pasó los últimos 36 años enamorado de su compañera. Ese “chico de la calle antes de que existieran los chicos de la calle” -como le gustaba definirse- le adjudicaba a ese vínculo más impacto en su vida que la literatura. ¿Qué crees que te salvó? le pregunté aquella vez. La miró a su mujer con ternura y me respondió: “El amor de Ofelia”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario