El Nacional es una ajustada crónica de un momento clave en la historia de “Él colegio"; Bienvenidos al infierno, es una fábula feminista en el mundo del heavy metal; Jack en la caja maldita 2, ni asusta, ni shockea, ni sorprende; El brindis, es una creativa comedia francesa que se ríe de los dilemas cotidianos; Vértigo, ofrece una experiencia límite en la altura narrada con destreza técnica y visual y La chica salvaje, es un relato sobre el amor y la supervivencia que no encuentra su cauce.
EL NACIONAL: una ajustada crónica de un momento clave en la historia de 'el colegio'
Un muy buen documental que registra el inicio de un ciclo lectivo, el de 2018, marcado por cambios importantes en la prestigiosa institución fundada en 1863
El Nacional, estreno del jueves 1°.
El Nacional (Argentina/2022). Dirección y guion: Alejandro Hartmann. Fotografía: Sergio Chiossone y Alejandro Hartmann. Edición: Manuel Margulis Darriba. Duración: 82 minutos. Calificación: apta para todo público con leyenda. Nuestra opinión: muy buena.
A lo largo de su rica historia, desde su fundación en 1863, el Colegio Nacional de Buenos Aires se ha consolidado como una de las instituciones educativas más prestigiosas e influyentes de la Argentina: allí estudiaron políticos (legisladores e incluso presidentes), jueces y militantes sociales muy reconocidos.
El director de este documental -egresado del colegio, igual que su hijo Ciro, autor de la música de la película- tuvo la oportunidad de ingresar con su cámara para registrar el agitado inicio del ciclo lectivo de 2018, cuando se produjo la renuncia del presidente del Centro de Estudiantes y su reemplazo por una joven (Juana Garay, aquella que mantuvo una tensa y muy comentada en redes sociales entrevista televisiva con Eduardo Feinmann) que representaba el momento que se estaba viviendo: tiempos de lucha popular por la ley de la interrupción voluntaria del embarazo y de justas reivindicaciones del feminismo en todo el país. También de despedida para el rector Gustavo Zorzoli, reemplazado por Valeria Bergman, quien hoy sigue ocupando el cargo y también es discutida por un sector del alumnado.
El rol de Alejandro Hartmann es el del observador meticuloso. Claro que en la elección de qué mostrar y cómo mostrarlo siempre define una línea. Con su estilo sutil y despojado, Hartmann logra introducirnos de lleno en el clima intenso de una época importante para los jóvenes que la protagonizaron, un momento de altas expectativas y logros indiscutibles.
BIENVENIDOS AL INFIERNO: una fábula feminista en el mundo del heavy metal
El tercer film de Jimena Monteoliva apela al metalsploitation para volver sobre la violencia de género, como en Clementina y Matar al dragón
Captura de video.
En su tercer largometraje, Jimena Monteoliva apela al metalsploitation para volver sobre la violencia de género, un tema por el que muestra interés desde sus películas previas, Clementina y Matar al dragón. En Bienvenidos al infierno, la joven Lucía se enamora del “Monje”, el cantante de una banda de pelilargos que emula la estética de Kiss y que se la lleva a vivir a un aguantadero. Sin embargo, este da muestras pronto de que lo satánico no se limita a las estampas de sus remeras: es violento, controlador y lidera un culto de veneradores de Lucifer.
Amenazada por el 'Monje' y su manada, Lucía, que está embarazada de él, se esconde en casa de su abuela, que vive sola en el bosque y es muda. No es difícil imaginar que esa misteriosa mujer, que se comunica con Lucía a través de una serie de notas con frases sacadas de libros, esconde un saber y con él, una enorme fortaleza. Como las brujas de antaño, que no siempre vivían en el bosque pero que, al igual que Lucía, eran perseguidas por desafiar la autoridad.
Monteoliva acierta al apelar a la brujería como una forma de resistencia ante la violencia machista, dotando de profundidad un relato que de lo contrario podría haberse limitado a sacar provecho del imaginario metalero, tan rico en cruces, cuernos, calaveras y demonios. En tanto, los limitados recursos con los que suele contar el cine independiente de terror argentino son compensados por las convincentes actuaciones de sus protagonistas y un modesto pero ingenioso trabajo de FX, que nos devuelve por unos instantes la magia previa al CGI.
JACK EN LA CAJA MALDITA 2: ni asusta, ni shockea, ni sorprende
La segunda parte de este inesperado éxito de bajo presupuesto, sin la sorpresa de la primera entrega en relación a la fisonomía y costumbres del demonio asesino, decide inventarle un nuevo propósito y fracasa admirablemente
Gentileza Digicine.
No dejan de ser curiosos los entretelones detrás de la saga de Jack en la caja maldita. En 2019 (acá se estrenó en abril de este año), una película de bajo presupuesto, módicas intenciones y magros resultados llamó la atención de un grupo de fans del terror, no muy grande pero sí lo suficientemente ruidoso como para que se pensara seriamente en hacer una secuela. Luego de tres años para ellos, y cinco meses para nosotros, el resultado está a la vista.
Sin la sorpresa de la primera entrega en relación a la fisonomía y costumbres del demonio asesino, esta segunda entrega decide inventarle un nuevo propósito a su motivación asesina: curar a una mujer postrada (Nicola Wright) luego de que esta pida el deseo de “vivir”. El brazo ejecutor será su hijo Edgar (Matt McClure), un remedo devaluado de Norman Bates.
Pero claro, como la consigna de la caja maldita y su habitante es llegar a las seis muertes, y en un principio no hay tantos personajes en la historia, el director y guionista Lawrence Fowler se toma la libertad de meter con fórceps a unos cuantos secundarios, con el solo hecho de engrosar el score del muñeco maldito. Así pasan un médico que no es médico, un interés romántico de Edgar que no es tal, y un cocinero del que cuesta recordar el nombre. Hay también una heroína sin demasiado protagonismo, y una rubia que está para explicar la trama. Todos ellos y algunos más, en función de una historia que ni asusta, ni shockea, ni sorprende. Apenas se deja ver con la esperanza de que suceda algo, que nunca pasa.
El largometraje de Laurent Tirard se aferra al humor para abordar los conflictos existenciales de su protagonista
Gentileza Zeta Films.
El realizador Laurent Tirard tenía en sus manos no solo la dificultad de adaptar la novela gráfica de Fabrice Caro sino también la de representar con una apuesta original un tópico trillado o, más bien, un suceso tan común que imploraba inventiva: el espiral de ansiedades y miedos en el que entra un hombre cuando se quiebra el vínculo con su pareja. En este caso, El brindis tiene como figura central a Adrien (Benjamin Lavernhe) quien, a sus 35 años, se separa de su novia y no tiene la valentía de contárselo a su familia en una cena. En ese contexto, es asaltado por las inseguridades, los cuestionamientos sobre su accionar y la concreta posibilidad de no volver a ser feliz nunca más en su vida. Pero El brindis, afortunadamente, no descansa en la autoindulgencia ni se pone solemne. Por el contrario, su director y guionista es consciente de que su relato puede llegar a perderse en una vasta oferta de propuestas similares y, por lo tanto, se aferra al humor.
Asimismo, se suscita otro conflicto para Adrien cuando su cuñado le pide que sea el encargado de dar el discurso en la boda con su hermana. En lugar de tomarlo como un cumplido, el hombre se paraliza e imagina diferentes escenarios en los que arruina por completo la velada al trasladar sus dramas personales a los novios. En esos instantes, Tirard se mueve de la locación principal (la casa de los padres) para situarse en ese salón donde todo puede suceder porque todo está atravesado por los fantasmas del protagonista. El famoso brindis de Adrien le da cierta urgencia a un film que rompe la cuarta pared para reasegurarle al espectador que nadie está exento de fallar. Cuando no se vuelca hacia lo cursi o a giros narrativos forzados, El brindis es una bienvenida celebración de los errores.
Este prodigio del montaje y la puesta en escena que prescinde de los efectos especiales a la hora de mostrar la odisea de dos personajes sostenidos a 600 metros de altura y los horrores de su supervivencia, no se eleva demasiado a la hora del predecible guion
Vértigo, estreno del jueves 1°.
Aunque plagie el título de una de las máximas obras maestras de la historia del cine y se distancie del término original elegido por sus responsables (Fall, “caída”), Vértigo no deja de ser una elección plausible para encabezar el estreno local de un relato de supervivencia en condiciones extremas. El diccionario de la Real Academia Española se refiere expresamente al vértigo de la altura como “sensación de inseguridad y miedo a precipitarse desde una altura o que pueda precipitarse otra persona”.
No hay demasiados secretos en este ejercicio de ida y vuelta. Vértigo fue diseñada siguiendo las reglas de un manual de instrucciones escrito desde hace un buen tiempo para contar este tipo de historias. Becky (la morocha Grace Caroline Currey) es una temeraria muchacha que comparte con su novio Dan (Mason Gooding) y su mejor amiga Hunter (la rubia Virginia Gardner) una arriesgada práctica: la escalada de muros de piedra o paredes montañosas con las manos, sin otra ayuda que pequeños cables o arneses.
Dan pierde el equilibrio y cae al vacío en la primera escena, Becky no puede superar desde allí un dolor incontenible y Hunter regresa más tarde a su vida para proponerle como expiación un regreso a las alturas. Llegar a la cumbre de la antena de radio como tributo final al ser querido que ya no está. Becky vacila hasta que siente que su naturaleza es más fuerte. Pero la experiencia no será la imaginada: la endeble estructura irá mostrándole de a poco a las aventureras sus peligros y amenazas, como en un relato de terror.
Dos personajes expuestos a una situación límite de supervivencia.
Podemos anticiparnos a casi todo lo que les pasa a las protagonistas, su lucha contra los elementos, los aparatos que no funcionan o fallan en el momento final. Hay algunas trampas de guion (quienes hayan visto A la deriva, otra aventura extrema pero en alta mar, las descubrirán pronto) y algún giro propio de una telenovela, pero lo mejor de Vértigo está en la proeza creada en conjunto por un realizador, un osado camarógrafo (el español MacGregor) y un montajista que tienen perfecta noción del uso del espacio y el manejo del tiempo, y logran crear la sensación de vacío, profundidad y soledad en las alturas como si los efectos visuales nunca se hubiesen inventado. Este verdadero alarde de precisión entre la técnica y el drama humano sostiene el interés de un relato que perderá casi todo su interés si se sigue en cualquier espacio que no tenga las dimensiones de una sala de cine.
En un breve papel (casi una colaboración amistosa) aparece Jeffrey Dean Morgan, otro experto en historias de supervivencia bajo circunstancias complicadísimas.
Basada en el best seller Michele K. Short.
Basada en el best seller con ecos autobiográficos de Delia Owens, La chica salvaje es la historia de supervivencia de una adolescente en el terreno más hostil imaginado, los bañados de Carolina del Norte en la década de los 60. Un tiempo cargado de prejuicios y desprovisto de modernas comodidades es el que configura la solitaria vida de Kya Clark (Daisy Edgar-Jones) como una verdadera hazaña. Pero La chica salvaje es también la historia de una investigación policial: una mañana aparece el cadáver de Chase Andrews (Harris Dickinson), hijo de una importante familia del lugar, tendido bajo una torre en el corazón de aquel pantano. Las sospechas recaen sobre Kya –llamada despectivamente “la chica de la marisma”- debido a su relación amorosa y clandestina con Chase, proferida en el pueblo como un secreto a voces. Y, por último, La chica salvaje es también una historia de amor, entre Kya y el joven Tate (Taylor John Smith), filmada por Olivia Newman con colores pasteles y ritmos edulcorados.
El gran problema de la película radica en el intento de conciliar esos tres caminos: el de la historia de resiliencia, la película de juicio y la novela rosa. Impulsado por el éxito del libro de Owens, el “gancho” de la historia se afirma sobre un hueco: la verdad detrás de la muerte de Andrews. ¿Asesinato o accidente? En esa lógica, el abogado Tom Milton (David Strathairn), quien conoce a Kya desde niña y sabe del abandono de su familia y la maledicencia de los pobladores, la defiende sin demasiadas herramientas más allá de la empatía que le despierta su trágica historia. Kya es un muro de silencio, una figura firme en el estrado que resiste los embates del fiscal como antes resistió los chismorreos del pueblo y las fuerzas naturales del pantano. La mirada profunda de Edgar-Jones deja entrever el atisbo de un misterio, una pieza oculta que se retiene en el corazón de la historia.
Michele K. Short.
Sin embargo, lo que Strathairn y Edgar-Jones sostienen con gracia y oficio en las charlas en la cárcel y las miradas en el tribunal se desdibuja en los sucesivos flashbacks que reponen el pasado de Kya, oscilantes entre el melodrama rosa con una naturaleza bucólica que funciona como marco del romance y la supervivencia, y las pinceladas de un tímido horror, que convierten los abusos, maltratos y una violencia social enquistada en obstáculos superficiales del drama. Newman nunca se decide por el tono de la película, y oscila entre esos registros con torpeza y desconocimiento, retorciendo el verosímil del policial al teñir su universo de estampas al estilo Sarah Kay, deslizando los sucesos más terribles como si fueran una más de las pruebas que se deben superar para resplandecer.
En todo su itinerario, Kya es menos un personaje que un compendio de ideas: la comunión con la naturaleza, la experiencia del “amor verdadero”, la superación de la adversidad, y también la reflexión sobre la justicia. Todo ello debe cargar sobre sus espaldas en diálogos que antes que literarios parecen salidos de un libro de aforismos, que intenta remachar aquello que ya habíamos intuido. Daisy Edgar-Jones hace lo que puede con ello y sale airosa gracias a su carisma, y a la convicción con la que a veces pronuncia lo imposible. Pero es el relato el que no encuentra su cauce y su errática puesta en escena la que empantana sus pocas virtudes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario